Teatro. Arte dramático. Pasión para unos, entretenimiento para otros.
Personalmente me gustaría actuar pero sé que no podría. Soy demasiado... ¿vergonzosa? No sé, es sólo que no puedo soltarme, que me pongo nerviosa y que se me traba la lengua, los ojos llorosos y el estómago revuelto. Sé que no sirvo para el arte dramático.
Bueno, todo esto viene a razón de que hoy he visto una pequeña obra. Acerca del maltrato de género y la manera en la que la sociedad se hace la ciega, sorda y muda ante ello, además de la mujer que lo sufre.
La obra. Corta pero sublime. Hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas al final.
Nada más empezó logró captar mi atención. La viola. Oh, esa viola. El arco subía y bajaba creando un sonido que me hacía estremecer de dolor y placer al mismo tiempo. Y él.
Él. Nada más empezó a tocar, su mirada se cruzó con la mía. Mis ojos se tornaron curiosos, mientras los suyos se iban cristalizando. Dos ventanas a su alma.
Su dedos recorrían esas cuerdas, rápidamente por el mástil. ¿Y yo? Sentía que iba a morir de amor.
Aunque no lo parezca soy amante de la música clásica, pero la verdad es que la tenía algo abandonada. Este chico, su música dando dramatismo a la obra ha hecho que quiera volver a tocar el piano.
Hoy puedo decir que algo ha cambiado dentro de mi, por tonto que pueda sonar a oídos ajenos.
Esa mirada oscura y profunda, algo triste a momentos, apasionada. El dulce pero trágico sonido. Esa sonrisa sincera al finalizar.
Ha despertado algo en mi.