Sigo pensando en él, en esos ojos que parecen llegar al fondo de mi ser.
De verdad, prometo y juro que no puedo evitar sonreír como una tonta cada vez que veo algo que me recuerda a él. Sonará a cuento, pero no estoy obsesionada (un poquito sí, pero me lo puedo permitir), es simplemente
Y mira, que podría coger y mandarle cualquier día un mensaje privado y entablar algún tipo de contacto, pero no. Nada. Me limito a quedarme sentada en silencio, pensándole a gritos.
Este tipo de sentimientos constituyen los síntomas de alguna extraña enfermedad que deriva del amor, y mi diagnóstico es sencillo: no tengo remedio.
En realidad es solo capricho, pero sé que no me daré cuenta hasta que se produzca un desengaño o aparezca otro chico misterioso.
Tan misterioso.
Lo que no quiero es una nueva desilusión, quiero un chico que me traiga libros en lugar de flores, canciones en lugar de chocolates. Alguien con quien pueda ser yo y nosotros a la vez. No quiero que llegue alguien perfecto, sino alguien que me haga enamorar con sus imperfecciones.
Maldigo el día en que te vi.